Una lectura de "Necesidad de Orfeo", de María Teresa de Vega, por Ernesto Suárez

La Laguna. 29 de enero de 2016

Cuando leo un libro de poemas acostumbro a tomar notas. No suelo hacerlo en los márgenes en blanco del texto, sino que escribo en hojas pequeñas de papel que, dobladas, me sirven además de marcador entre las páginas y avanzan con la lectura y se van colmando de mi propia letra. Así lo hice hace unas semanas con Necesidad de Orfeo, de Maite de Vega. Sin embargo, he de decirles que las notas que comparto ahora con ustedes no son aquellas. 


Sé perfectamente dónde sucedió. Fue en un lugar al que no había regresado en décadas. Por alguna extraña razón, decidí ese día acercarme hasta la sección del antiguo edificio universitario donde había estudiado y donde, también, impartí mis primeras clases como docente. Poco ha cambiado, acaso sólo el color de las puertas de las aulas y despachos. En uno de los recodos me senté en una gran mesa, abrí el libro de Maite. Leía y tomaba notas. El hecho es que, unas horas más tarde, cuando ya en casa quise retomar las anotaciones, descubrí que habían desaparecido. No encontré aquellas cuartillas escritas. Revolví el bolso, la mochila: nada. No tuve más remedio que aceptar que, simplemente, las había perdido. Quedaron, casi con toda seguridad, en aquel lugar que para mí había sido tan familiar pero que ya me resultaba del todo extraño.

El primer momento fue de desconcierto y enfado por mi propio descuido. Sin embargo, apenas habían transcurrido unos pocos minutos más cuando se impuso en mí la certeza de que aquella distracción extrañamente me permitiría apreciar de forma más clara y directa la experiencia a la que invita y muestra Necesidad de Orfeo. En realidad, en la pérdida de aquel orden aparente que yo mismo había ido procurándome para la lectura del libro podría reflejarse, ya fuera parcialmente, la experiencia última, el desbroce de esa verdad en la que se aventura concientemente la escritura de Maite.

Así pues, estas nuevas notas tratan de reflejar esa otra lectura sin asideros, aceptando sin condiciones la evidencia rotunda ante la que nos enfrenta María Teresa de Vega.

En su crítica a Necesidad de Orfeo, Daniel Bernal apunta que este cuarto libro de poemas de María Teresa actúa, al mismo tiempo, de continuidad y de culminación en relación con sus obras anteriores (Perdonen que hoy no esté jovial, Cerca de lo lejano y Mar cifrado). Nos referiríamos por tanto a un periodo de quince años de trabajo. La madurez alcanzada en la escritura poética de Maite de Vega tiene que ver, a juicio del crítico, con la armonía y coherencia interna de este libro. De acuerdo con Daniel Bernal, esta coherencia se aprecia, ante todo, en el ordenamiento de los poemas «en torno al mito de Orfeo». Quisiera centrarme precisamente en ese “en torno a”. En la nota que introduce los poemas, la propia autora matiza el sentido simbólico que le interesa sobre el personaje de Ovidio. Optando explícitamente por uno de los rostros de mito, Maite en realidad también parece advertirnos de la existencia, en el mismo mito, del otro perfil. O, para expresarlo de manera más precisa, de la posibilidad del cambio, de la inevitable deriva o derrota hacia otra realidad emocional y vital inalcanzable:

«El mirlo no conoce el horizonte al fondo de los hombres

a cuya huerta azul nunca se llega,

sus piruetas no nacen de impulsos que saben insaciables».


El libro se abre con estos tres versos. En ellos, somos nosotros ese ser que se sabe y ¿quiere? insaciable, que nunca verá alcanzado y satisfecho el fin de sus afanes. Por su parte, el mirlo en el árbol y el mirlo en el jardín testimonian, por contraste, esa nuestra condición humana, nuestra insuficiencia radical, utilizando palabras de la propia autora. 

En Necesidad de Orfeo María Teresa de Vega ha imaginado un diálogo o, quizás de manera más precisa, la retórica de un diálogo. El libro, su misma estructura, refleja una continua interpelación de voces -el pájaro, la mujer-, voces que se cruzan, mas nunca se entrelazan: atraviesan el centro unas de las otras para no poder quedar allí, para no poder ser acogidas, recibidas. Es en este sentido que me refiero a su retórica porque lo que muestra es una inviable relación dialogada. No hay posibilidad de compartir y unificar condición humana y condición libre, instantánea y natural del ave, del árbol. No hay comunión. 

«Los humanos, arrebatada ya de las entrañas

de las hojas, el secreto de la savia,

sueñan con el viento».


Sí, apenas sueño, quimera que nace de la ofensa, de la saña. Y entonces, el poema surge justo como vibración de una conciencia que acepta tal incapacidad sustantiva. Su esplendor proviene de la desesperanza.

Me detengo en lo que se responde en el poema “Respuesta”:

«Tus perseguidores tienen necesidad de desmesura.

La urgente necedad los domina.

Odian los gritos con que gritan, odian el silencio, odian las voces del tirano,

del compasivo, del tierno. Odian porque saben que odian».


No fui capaz de leer Necesidad de Orfeo como un libro severo, inclemente. No, no creo que allí se halle la verdad de sus textos. En Necesidad de Orfeo, Maite de Vega, creo, afronta una pregunta de supervivencia: ¿cómo contraponer otra voz ante esa respuesta inherente y fatal de cada hombre, que es cada hombre? 

Otro poema, 
«Dama creadora II» acoge la oportunidad.

«Quiero crear mi luz. En la oscuridad

ver los árboles que planté, y es asombroso

que yo les diera plena vida. Yo nací sus hojas innumerables».


Atiendan a la última oración, en concreto, a su verbo. Maite no escribe «hice nacer», ni «he hecho nacer». Escribe «Nací». No hay separación: el yo nace al mismo tiempo, en el mismo momento, que las hojas del árbol. Recuerden también el título del poema: «Dama creadora II». La palabra cantada y el poema pues como intento de restauración del vínculo. Como exorcismo ante la desaparición lo creable, no lo creado, sino la probabilidad de crear, el hecho de poder decir y el asombro ante esa fuerza propia. «Después amamos las palabras”, escribe la poeta. Este poema es ejemplar. Vean otro de sus versos: «Destino, resérvame lo hermoso. Yo me travestí de viento»

El ave, ese pequeño mirlo, se carga simbólicamente y su vuelo se convierte en la posibilidad de la palabra y en la posibilidad del encuentro. La dirección de este otro sentido es, con todo, doble: hacía arriba y, también, hacia lo bajo. Si el mirlo y su vuelo son metáfora de la capacidad y la posibilidad del canto, de la vida en su condición de tiempo, frente a su temblor, oscilación y cambio, la imagen del detenimiento es la muerte. No sé si conocen el significado de la palabra Grímpola con la que María Teresa titula la primera sección del libro. Es un término náutico, marinero, y se refiere a esas pequeñas banderitas que se arbolan y ondean en los mástiles de los barcos de vela. Otra forma de describirlo sería que es un gallardete usado como cataviento. Gallardete o insignia, pero también señal; un aviso. Y Cataviento, es decir, ayuda que orienta ante la dirección de los vientos. El mirlo de Maite es una grímpola negra, es señal y aviso; es renovada ruta para el ser:

«No sabes, pájaro,

repudiar el orden que te ha sido asignado

como sabe el humano,
no quedas paralizado ante la hermosura».



Los poemas y el canto no se acallan, no han de acallarse. Si lo humano conlleva una condición consciente e irremplazable ante el tiempo que se nos agota, ¿qué papel juega la intención frente a tal evidencia, ante ese (re)conocimiento.

«El mundo necesitó mis manos…», puede leerse en otro de los versos de Maite. Es este otro elemento de necesaria reflexión. En los libros sagrados, el dios de los varones es un dios de la palabra ordenada, rigurosa por cuanto no cabe interpretación: es lo que es. Por el contrario, la creadora en los poemas Maite de Vega, la mujer, hace uso del gesto, de sus manos. Claro que no hay poesía al margen del idioma. Quizás por eso Necesidad de Orfeo se despliega en versos amplios y desde poderosas imágenes. No hay temor ante la fortaleza del lenguaje, porque la fuerza proviene de la fluidez, de sus quiebros y revueltas. Los poemas se acodan en un fraseo extenso, rico, flexible, que salta de un verso al otro, de una estrofa a la siguiente. 

«El pensamiento es inseparable de la red de los lenguajes, y la poesía consiste en crítica que el lenguaje se hace a sí mismo, disidencia de lo codificado, puerta para la posibilidad de cambio». Corresponde esta cita a Miguel Casado, en concreto a uno de los ensayos de su libro La poesía como pensamiento. Así, no hay en verdad poesía si no es en el gesto abierto del propio lenguaje. Vean este fragmento del poema «A Orfeo»:

«Ramas nuestro brazos para que cuelguen su nada.

De esa nada prendados, en esa nada buscando

sus brazos consumidos

su boca roída,

los labios sin fuego,

sin quejidos, el aliento inmune

a los rompientes y torbellinos de luz».



Es el tiempo contigo, es espacio que ocupabas

el que dura y vive en la herida secreta,

oh mi amor, mi amor, en lápidas y cenizas

indecible ausencia,

ya no en la tierra salvaje de la pisada verde

sobre el herbazal naciente,
ese que a la tarde se despide agostado».



La hermosura se apresta desde una lengua que no se rinde, habita una gramática nunca sedentaria. La hermosura, la belleza, es aquello que se dona y celebra, lo que es palabra y pensamiento en movimiento, vivo y rebelde. Al otro lado de esto, sólo la muerte, el detenimiento. Y no hay prisa por llegar hasta allí.






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