"Finis Mare", de Felicidad Batista, por Rafael Yanes Mesa

Palabras en la presentación del libro
15 de diciembre de 2017 - Casa Museo Secundino Delgado. Arafo. Tenerife
 


Sr. alcalde, amigos y amigas, buenas tardes.

Por segunda vez tengo el placer de presentarles una obra literaria de Felicidad Batista. Aquí mismo, en la casa donde vivió el poeta Secundino Delgado, nos reunimos en abril de 2015 para dar a conocer un grupo de relatos bajo el título Los espejos que se miran, y hoy volvemos convocados por la misma escritora, esta vez para ofrecernos su primera novela: Finis Mare.

En aquella ocasión les dije que me había quedado sinceramente impactado por la belleza narrativa con la que escribe mi antigua alumna. Me gustó mucho aquel libro de relatos, y les confieso que cuando Felicidad me habló de esta obra que hoy presentamos, esperé a que me la entregara con verdadera preocupación. Había dejado el listón muy alto, y una novela es un territorio por el que no la había visto transitar. El relato tiene un horizonte próximo y la riqueza creativa se condensa en recipientes pequeños, mientras que la novela se dibuja con trazos extensos que deben encajar en un solo mensaje de forma coherente. No se trata de géneros mayores o menores. Son, sencillamente, diferentes, y en este era su primera obra.



Nos citamos en una cafetería de Güímar y, cuando tuve el original en mis manos, leí inmediatamente el preámbulo con avidez, casi sin saludarla, y después respiré con satisfacción. Aquellas dos páginas fueron suficientes para saber que estaba de nuevo ante un libro con gran calidad literaria. Lo digo con sinceridad, y no como gesto de afecto hacia la persona que conocí en su adolescencia cerca de los polinomios de segundo grado y con quien, pasados los años, me he reencontrado compartiendo una leal amistad y una afición tan apasionante como la literatura.

Si tuviera que definir Finis Mare diría que es un amasijo de historias entrelazadas con mujeres como protagonistas. Mujeres de cuatro generaciones que buscan una explicación a los enrevesados caminos por los que circulan. Mujeres que bucean en su pasado convencidas de que las culpables de sus cuitas son sus antecesoras. Mujeres que finalmente descubren que son ellas mismas las que tejieron la madeja donde perviven.

Por supuesto, también hay hombres, pero son personajes que revolotean por los alrededores de quienes realmente conforman el hilo argumental. Hombres que resultan ser los complementos necesarios para enlazar un argumento complejo que finalmente resulta diáfano. Son parte de un paisaje donde podemos observar que, en el ser humano, las contradicciones surgen como algo natural.

Una de las sorpresas más ingeniosas que guarda la novela es la identidad de quien narra la historia, algo que, naturalmente, no voy a desvelar ahora. Lo encontrarán ustedes al leerla casi al final, y es la pieza clave para comprender las vidas de estas mujeres en las que cada una de ellas recibe como legado la discrepancia con su antecesora, pero que cuando analizan sus propias vivencias, comprenden que todas vivieron atrapadas por las mismas razones.

Catalina vive el infortunio del desamor sin ser capaz de hacer lo que su instinto le pide. Victoria atraviesa su existencia marcada por una cruel decisión tomada en contra de sus convicciones. Eloísa procura olvidar la existencia de su familia por la condena a la que fue sometida, y Miranda, a través de alguien que había intentado ignorar, descubre que la realidad de todas ellas es muy diferente a lo que cada una aparentaba.

En la trama argumental, perfectamente trazada por nuestra autora, poco a poco el lector descubre que todas las protagonistas procuran justificarse ante la desazón de tener que aceptar sus errores. En realidad, las cuatro sufren por doblegar sus sentimientos ante las conveniencias sociales. Esa es la verdadera causa, y por eso, sintiéndose culpables, buscan las razones de la sinrazón que el corazón no entiende, aunque saben que nunca lograrán engañarse.

Finis Mare se desarrolla en un pueblo llamado Bórcor, donde, como Pedro Páramo en

Comala, Miranda Valdivia busca en sus orígenes algunas respuestas imposibles y encuentra sorpresas que quizá intuía. Es en Bórcor donde recoge las llaves oxidadas de una casa que recibe en herencia sin saber que con ellas podría abrir el baúl de los secretos familiares.

No es casual el nombre de Bórcor, que Felicidad ya utilizó en Los espejos que se miran. Surge al fundir la primera sílaba del apellido de sus dos escritores preferidos, Borges y Cortázar. Bórcor. Ella los une, aunque son dos autores que están distanciados en lo político y en su estilo literario. Julio Cortázar simpatiza con la Revolución cubana y es un escritor que rompe las normas y juega con las palabras hasta llegar al surrealismo, mientras que Jorge Luis Borges es conservador y con el lenguaje es minucioso para construir la frase con belleza y de impacto. Rayuela es una obra en la que Cortázar lleva a cabo una ruptura con la literatura argentina tradicional, hasta el punto de ser denominada por algunos críticos de la época como l
a «antinovela», mientras que los cuentos borgianos son la corrección literaria. Nuestra autora profundiza en los dos, y descubre que, lejos de ser incompatibles, pueden resultar complementarios. Me atrevo a afirmar que la prosa de Felicidad Batista es el resultado de la suma de sus admirados escritores. En su estilo podemos contemplar pasajes en los que están presentes.

Vemos a Cortázar en este fragmento al explicar lo que Miranda va descubriendo de sus familiares ya fallecidos:

«Muertos que no cesan de hablarle en su lenguaje de objetos, de silencios, de omisiones, de secretos, de miradas congeladas detrás de un cristal, de mensajes encriptados en latas de galletas de mantequilla. Tenía que darle sepultura a aquella concentración de difuntos, pero, antes, debía enfrentarse a ellos para que, de una vez por todas, le dijeran, le contaran, le confesaran lo que tuvieran que revelarle».

Y también está Borges en su obra. Lo vemos en este otro párrafo descriptivo de un paisaje:
«El malpaís languidecía, amarillo, con tonos rojos y negros, entreverado con cirros lilas. Las coladas de lava reptaban sinuosas hasta el mar. Las pardelas revoloteaban a escasa distancia de su cabeza, y las olas rumoreaban entre las calas. Las piedras sueltas se movían bajo sus pasos. Los cardones verdeaban mate y brillaba el tostado de las tabaibas, salpicado por el salitre».

Y esa unión es el origen toponímico de Bórcor. La fusión de sus dos pasiones literarias condensadas en un pueblo que quizá les parezca cercano a todos los presentes cuando lo describe así:

«Bórcor se desparrama desde la cumbre sobre viejos ríos de lava entre barrancos. Es una villa de casas asomadas a calles empinadas, estrechas, a callejones sinuosos o sin salida, una tierra salteada de vides, palmeras y buganvillas».

Pero, por si alguno no lo ha identificado todavía, les diré que en Bórcor está el Barrero, la esquina de los carros, la casa de Secundino Delgado, el Aserradero, el barranco de Añavingo, e incluso hay un coro llamado María Auxiliadora, y dos bandas de música: La Nivaria y La Candelaria.

Sí. Es Arafo. Felicidad se adentra en las vidas de Catalina, Victoria, Eloísa y Miranda estrujando el paisaje de su propia infancia, cuando era alumna del Colegio Andrés Orozco Batista. Los que oímos su pregón para las Fiestas Patronales de este pueblo, pudimos comprobar que le gusta agarrarse a sus recuerdos infantiles, y que disfruta plasmando en palabras las sensaciones que recibió en aquel tiempo, cuando, siendo una niña tímida guardó en su interior lo que ahora expresa en su obra literaria.

Pero el Bórcor de Felicidad Batista es un Arafo muy particular. La influencia de Borges y Cortázar se cuela no solo en el estilo. En su obra también está presente la tierra donde nacieron, como ya vimos en su libro de relatos anterior, y veremos en el próximo Relatos de La Patagonia. Habla de su querido Arafo, pero siempre que escribe tiene presentes los aires del Mar de la Plata. No lo puede evitar. Felicidad busca referencias de La Pampa, Buenos Aires, Boca o Puerto Madero. Hasta en los más pequeños detalles siempre se filtra entre sus líneas el aroma de Argentina.

Como la historia no se desarrolla allí, la excusa es el amor juvenil de la principal protagonista. Un pretexto que considera suficiente para deleitarnos con pasajes llenos de poesía con sabor bonaerense. Veamos un fragmento. Es una bellísima escena amorosa empapada en la música de Carlos Gardel:

«Rodaron presurosos, urgentes, combativos, bailarines de un tango incendiado. Miranda viajaba por la piel de Julio. Paladeó las avenidas del Buenos Aires deseado. Descendió por el mentón barbudo y sintió su cuerpo como quien descubre Corrientes o Córdoba. Miranda estudiante, atrevida, inexperta, daba pasos, quiebros, barridos, enredándose en una música inédita, en un baile del que tardaría en zafarse. Escuchaba su respiración agitada mientras avanzaba, resuelta, por un territorio acostumbrado al viento con lamentos de bandoneón».

Y la música. En la obra de una arafera, o borquense, no puede faltar la música. Y lo hace para acompañar cada escena y envolverla en un clima sugerente, generando una simbiosis mágica que ayuda al lector a disfrutar del argumento. Ella Fitzgerald, Mireille Mathieu, Astor Piazzolla, María Callas, Antonio Vega o Diana Ross son el paisaje etéreo en el que se mueven unos personajes que, al oír sus melodías transportan al lector hasta lo más íntimo de sus sentimientos. La música pone voz en los silencios y llega donde termina el lenguaje.

En resumen, Finis Mare es una obra llena de belleza literaria. De las que se escriben para que el lector disfrute. Pero, además, nos acerca a lo más profundo de los sentimientos humanos, allí donde la conciencia se muestra imbatible. Nos muestra un fiel reflejo de las conductas que las personas tienen en los momentos de dificultad, que es cuando se descarnan las pasiones, los sueños, las deslealtades, los amores, las ilusiones. Ya saben que no hay realidad más cruda que la ficción de una buena novela, y esta les aseguro que lo es.

Enhorabuena, Felicidad.

Muchas gracias a todos. 




 

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